viernes, 9 de septiembre de 2011

LE - Rubem Fonseca

Llamé a mi capataz Zé do Carmo y le dije que iba a Corumbá a recoger en avión a aquella doctora chiflada protectora de los animales, y que a lo mejor ella haría muchas preguntas sobre cómo tratábamos a los animales en la hacienda, que él y los peones podían hablar de lo que se les diera la gana, menos mencionar el LE, el que abriera el pico sobre el LE, estaba fregado conmigo.
Esté usted tranquilo, don Guilherme, sus órdenes las cumplimos al pie de la letra. Y sí las cumplían, no había mejor patrón que yo en todo el Pantanal. ¿Y los armadillos?, pregunto Zé do Carmo, ¿se va a molestar por los armadillos?
Creo que no, le deben gustar más los caballos que los armadillos.
Había ordenado que me consiguieran un montonal de libros, que pondría en lugar de los libros sobre bueyes y caballos, en los libreros de la recámara donde la doctora se iba a quedar, y CDS y videos para el equipo electrónico que podía encenderse desde la mesita de noche. La música y los videos no me causaron problemas, le pedí a Bulhôes que comprara óperas y sinfonías, conozco lo que les gusta a estas engreídas, y también clásicos del cine. El problema fueron los libros. ¿Qué libros?, preguntó Bulhôes. No sé, contesté. ¿Qué tipo de mujer es? Sólo puede ser una ruca virgen de lentes, contesté. Voy a comprar libros como los que lee mi madre, dijo Bulhôes. Tu madre no es virgen ni ruca, le dije. Se molestó, qué pasó, hombre, más respeto con mi madre.
Antes de tomar el avión, hablé por radio con mi vecino y amigo Janjâo de Oliveira, su casa está a cien kilómetros de la mía, pero es la más cercana, por eso le digo vecino.
Janjâo, dije, estoy saliendo al aeropuerto de Corumbá para recoger a la mentada doctora Suzana, la vieja esa de la ONG que defiende los derechos de los animales, ya te conté de ella, ¿te acuerdas? Esa idiota que hizo aquella cruzada para acabar con los rodeos en Brasil, carajo, ni en los Estados Unidos lograron acabar con el rodeo y esta grandísima estúpida quiere acabar con el rodeo en Barretos. No sé cuántos días se va a quedar en la hacienda, el ministro me pidió que la recibiera, no sé lo que quiere aquí, pero mi preocupación es con el LE. Si tú o alguno de tus hombres se asoman por aquí, no está de más cuidarse. Ya di instrucciones a mi equipo sobre eso, por favor haz lo mismo.
Ya dije que esperaba a una mujer fea, de lentes, una de esas viejas frustradas que no encuentran hombre y se involucran en una cruzada. La doctora Suzana sí usaba lentes, mas era una treintona atractiva, con la boca un poco grande, los dientes bonitos, la sonrisa simpática y la voz un poco ronca, pero ya he visto mujeres así que no valen nada y no caí con esta. Traía solamente una maleta, no muy grande, que tomé, tenía que hacerme el muy educado.
¿Nos vamos?, le dije cuando salimos de la zona comercial del aeropuerto y llegamos al lado de mi Lear Jet.
¿Y el piloto?, preguntó.
Yo soy el piloto, contesté, pero no se preocupe, manejé mi primer avión cuando tenía quince años.
No me preocupo. Pero, ¿no es ilegal eso de pilotar un avión a los quince años?
Le gustaba hacer preguntas, eso ya me lo esperaba. Aquí no, respondí.
Ella insistió, ¿por qué no? ¿Porque estamos en Brasil? Fingí que no la había escuchado.
Durante el viaje tuve ganas de hacer algunos loopings y dejarla aterrada, pero hace mucho tiempo que aprendí que uno no puede hacer todo lo que le gusta.
El ministro me pidió que la recibiera, sin decirme el motivo de su visita. Agregué, haciéndome el tonto: ¿quiere conocer el Pantanal?
Titubeó. Sí, pero no sólo eso, respondió.
Pasamos el resto del viaje en silencio.
Cuando llegamos, la llevé a la suite que le había reservado, la mejor de la hacienda. Le expliqué a la doctora Suzana cómo funcionaban la videocasetera y el equipo de sonido. Los libros estaban tan nuevos que parecían querer brincar del librero, caray, debí de haber mandado comprar esas mierdas en una tienda de libros usados.
No tenemos teléfono, pero sí un transmisor de radio que permite nuestro contacto con cualquier lugar de Brasil. Usted sólo tiene que decir con quién quiere comunicarse.
Mientras yo hablaba, ella examinaba los libros en sus estantes, y me pareció que una leve sonrisa movía sus labios.
Muchas gracias, dijo, veo que trabajó mucho...
Para nada, tengo buenos arrieros...
Dejé a la doctora en la recamara y fui a la terraza a revisar el programa que le había hecho. Paseos a caballo, para que los micuins* acabaran con ella. Ir de pesca en la parte más infestada del río, para que los moscos le dieran el tiro de gracia. Estaba inmerso en estos pensamientos belicosos cuando Suzana apareció en la terraza y se sentó a mi lado. Pero nos quedamos callados, yo no sabía qué decirle y ella tampoco parecía saber qué decirme. Noté que me observaba y me sentí incómodo.
Un avión dio la vuelta sobre la pista de aterrizaje. Reconocí el avión de Janjâo. Era un maldito curioso, seguramente quería saber cómo era la doctora. Zé do Carmo, que también había visto el avión, apareció frente a la terraza, al volante de un jeep. Voy a recoger a don Janjâo, gritó. Le hice un gesto asintiendo.
¿Tienen pista de aterrizaje en la hacienda?, preguntó la doctora.
Está a unos cinco kilómetros de aquí, expliqué. Aquel avión es de Janjâo.
¿Aquí todo el mundo tiene avión?
Los que pueden, sí. Las distancias son muy grandes. Janjâo era el mejor amigo de
mi padre. Mi padre murió hace unos cinco años. Después de que murió, ya no salí de aquí. Viajaba todos los años a Australia, Francia, Inglaterra...
¿Y su madre?
Murió en el parto, no la conocí, sólo en fotos...
Lo siento...
Quien nunca tuvo madre, no siente su falta.
A veces quien tiene tampoco la siente, dijo la doctora, pero no entendí bien lo que queriá decir con eso.
En ese momento vi que Janjâo y Rafael salían del coche.
¡Puta madre, Rafael! Si Janjâo viniera acompañado del chamuco no sería peor. Corrí a encontrarlos.
Rafael, te me das la media vuelta y te vas directo a casa de Zé do Carmo y me esperas allá, murmuré entre dientes, irritado. Después, asegurándome sin mirar que Rafael seguía la orden que le había dado, tomé a Janjâo del brazo y lo llevé con la doctora. Éste es el gran Janjâo, le dije con falso buen humor, en realidad estaba encabronado con él.
Janjâo, que a su llegada se había quedado un poco confundido con mi reacción, dijo, mucho gusto, doctora Suzana, es un placer conocerla, ¿cómo la esta tratando Guilherme?
Suzana apenas sonrió. Nos sentamos a su lado.
Supe que usted fue el mejor amigo del padre del señor Guilherme.
Cargué a este niño en mis brazos, para mí es como si fuera un hijo, tuvo la fortuna de nacer y crecer aquí en el Pantanal. Y Janjâo se soltó hablando del Pantanal, la mayor llanura inundable del planeta, doscientos cuarenta mil kilómetros cuadrados, aquí era un mar, decía, que empezó a secarse hace sesenta y cinco millones de años, el hogar de la más rica colección de pájaros, mamíferos y resptiles del mundo, y me disculpé diciendo que tenía que arreglar unas cosas y corrí a casa de Zé do Carmo.
Rafael estaba allí, sentado en la sala, tomándose un café con Zé do Carmo.
Puta madre, Rafael, ¿quién te dijo que vinieras?
Rafael, que ya estaba nervioso, se puso más nervioso todavía.
Don Janjâo, dijo, él me dijo que viniera con él, ¿qué iba a hacer?, ¿decir no voy? Tomé el avión y vine con él, discúlpeme, pero si hay alguna bronca, yo no tengo la culpa.
Ni sales de aquí, de casa de Zé do Carmo, hasta que te diga,¿oíste?
Sí, señor.
Zé do Carmo va a ir por tu ropa allá a la recámara de la casa grande donde sueles quedarte y te la trae. Rafael no sale de aquí hasta que yo lo ordene. Aquí vas a comer, dormir y todo lo demás.
Sí, patrón, dijo Zé do Carmo.
De aquí no salgo, señor, dijo Rafael.
Cuando regresé a la terraza, Janjâo hablaba de papagayos, tucanes, periquitos, jabirúes, capibaras, osos hormigueros, cuatíes, ocelotes, panteras negras, jaguares, ariranhas, perezosos, macacos, ciervos, tapires, jutías, saínos, caimanes, peces sin escamas, dorados... Como dijo Janjâo, nací y crecí aquí, y estaba cansado de oír todo eso. De nuevo me disculpé y me fui a bañar.

Cenamos los tres, la doctora, Janjâo y yo. Ella era realmente problemática, no comía carne y la cena era básicamente de carne, carne de armadillo, carne de vaca, pollo, carajo, éramos hacendados del Pantanal, ¿que íbamos a comer?
¿Ni siquiera carne de armadillo come usted?, preguntó Janjâo. El armadillo no esta en extinción... Me procupo por ellos, me fascina su caparazón de placas óseas, ¿sabía que algunos se enroscan y se vuelven una bola? Es un mamífero, lo reconozco, pero no todos los mamíferos tienen carne roja, la ballena, por ejemplo, usted come carne de ballena, ¿no?
No, contestó la doctora muy seria. Y la carne de estos seres de sangre caliente no es igual a la de la ballena. Probablemente es un animal más que la furia depredadora de los hombres está extinguiendo.
El silencio y la falta de apetito se apoderaron de la mesa. Janjâo se sentía ofendido, a fin de cuentas había fundado varias asociaciones ecológicas en la región, que buscaban impedir la pesca y la cacería depredadora. Y como todos los hacendados del Pantanal, se enorgullecía de tener una relación armoniosa con la naturaleza.
¿Usted es doctora en qué?, preguntó Janjao.
En medicina, dijo la doctora, pero ejercí la profesión por poco tiempo. Soy muy nerviosa para ser médico.
Estaba nerviosa. Los armadillos son parientes de los perezosos y de los osos hormigueros, ¿no se les hace chistoso?, dije, intentando aligerar el ambiente, ¿usted ya vio un perezoso? no, ella nunca había visto un perezoso y no tenía mucho interés en conocerlos.
Por lo tanto, la cena fue un fracaso. Janjao no estaba muy acostumbrado a lidiar con mujeres de ese tipo, y en verdad yo tampoco. La doctora tampoco tomaba postre y la ambrosía, los budines, los quindins, los pays, los dulces de naranja y de guayaba que habían hecho especialmente para ella regresaron a la cocina intactos.
Estoy cansada, con su permiso creo que me voy a dormir, dijo, levantandose de la mesa. Nosotros también nos levantamos, como dos caballeros.
Ya ves, Janjao, dije cuando estábamos a solas tomando un whisky, esta mujer es una ladilla, sólo está aquí porque el ministro me lo pidió, ¿ya te imaginaste si sabe lo del LE?
Ni pensar en lo que esta arpía puede hacer.
Y para empeorar las cosas trajiste a Rafael. ¿en dónde tenías la cabeza? ya te lo había advertido.
Metí la pata, Guilherme, dijo apenado. Mañana me voy tempranito, me llevo a Rafa conmigo.
Apenas amanecía cuando escuche el ruido del motor del avión de mi padrino -se me olvidó decir que Janjao era mi padrino- que se iba. Sentí un gran alivio.
Desayuné con la doctora y tenía mejor cara, pero eso no significaba nada bueno y permanecí en guardia.
Por cierto, usted todavía no me ha dicho exactamente lo que... me faltaron palabras.
¿Lo que vine a hacer aquí? pareció pensar un poco y cuando habló lo hizo sin mucha seguridad, se veía que no estaba acostumbrada a mentir.
Formo parte de una ONG y estamos interesados en saber cómo tratan los hacendados a los animales aquí, en el Pantanal.
Los armadillos hacen agujeros en el suelo; los caballos pisan en los agujeros y se rompen las patas, dije; matamos a los armadillos, pero nos los comemos, también matamos guajolotes, ese manjar navideño. Es el único crimen ecológico que cometemos, dije riendome. De todas formas, voy a ver si hay alguna manera de tapar los agujeros que hacen en el suelo.
Ya no quiero hablar más sobre eso, dijo.
Nos quedamos en silencio un tiempo que parecía interminable. Tenía un perfil muy bonito, hay que reconocerlos.
Fue la doctora quien rompió el silencio.
También estoy escribiendo un artículo sobres las costumbres del Pantanal para una revista -titubeo aun más, mentir es un arte reservado a pocos- y me gustaría poder hablar con los peones, las mujeres, sus hijos.
Era mi turno de mentir. Esta gente es muy desconfiada, dije, no les gusta hablar con extraños, pero voy a ver que puedo hacer. ¿Usted sabe montar? ¿Vamos a dar un paseo a caballo? por aquí hay lugares lindos.
Acepto. Le dije que iba a mandar ensillar un buen manga-larga para ella. Me contestó que podía ser cualquier caballo, ella montaba bien.
Fui a buscar a Zé do Carmo al establo.
Zé do Carmo, diles a los peones que nadie de sus familias puede hablar con la doctora, sobre todo los niños. Explicales el asunto del LE. Y ensilla un marchador para ella y a Zigena para mi, vamos a dar un paseo a caballo.
Cuando ibamos a comenzar el paseo, Ze do Carmo apareció corriendo con un frasco de repelente diciendo que era mejor que la doctora se pusiera aquello en la piel debido a los insectos. O sea, mi plan no iba a funcionar.
El paseo duro gran parte de la mañana. Debo confesar que se me estaba pasando la irritación con la doctora, hasta me dio gusto que Zé do Carmo se hubiera acordado del repelente. Y cuando regresamos a la hacienda, la comida fue muy agradable. Ella sólo hacía preguntas inocentes, como ¿por qué mi caballo se llamaba Zigena? y le expliqué que mi caballo era un yegua, que los equinos conforme van naciendo reciben del criador nombres que siguen un orden alfabético, y que los nombres femeninos que empiezan con z no son comunes y que yo ya tenía una Zignea y una Zingara y que Zigena era una especie de mariposa.

Y los paseos a caballo y los paseos por el rio los días siguientes fueron aun más placenteros, yo le decía los nombres de los animales, pájaros y árboles y flores que avistabamos en nuestro camino, y le mostré a la orilla del río los jabirúes, también llamados tuiuius, con su largo pico negro, las aves pescadoras símbolos del Pantanal. Desayunabamos y comíamos y cenabamos juntos todos los días y yo quería estar con ella todo el tiempo. Y despertabmos temprano para ver nacer el sol y esperabamos el final de la tarde para contemplar la puesta del sol, no hay nada más bonito en el mundo, hasta un ateo, al ver la aurora en el Pantanal, cree en la existencia de Dios. La presencia de Suzana me producía una sensación extraña que nunca había sentido, las mujeres entraban y salían rápidamente de mi vida, ella era algo nuevo, aquel sentimiento agradable de tener a la misma mujer cerca de mi todo el tiempo. De repente me vi hablando de mi vida, de mis viajes, de mi visita a Australia, con mi padre, que había ido a visitar las haciendas de ganado cuando tenía dieciseis años, de la primera vez que tuve contacto con el LE, pero esta parte no se la conte, ni le conte que fue el LE el que me llevó a Inglaterra, a Francia y Estados Unidos. Ella hablo de su vida, dijo que era una mujer acomodada y que cuando dejo de practicar la medicina, profesión que había escogido por creer que de esa manera podría ser útil a sus semejantes, descubrió que podía hacer eso de otra manera, ayudando a la gente para que sus derechos fueran respetados.
Entonces Suzana se calló, de forma inesperada. Noté algo en su rostro que me preocupó; me pareció que súbitamente se había sentido infeliz y cansada.
Para romper el silencio, hice una pregunta desastrosa:
¿Y los animales? ¿Y el rodeo?
Debo confesarte algo. Mi nombre fue muy difundido en aquel episodio, pero yo sólo estaba ayudando a una amiga que dirige una organización protectora de animales, me involucré demasiado y mi nombre salió en los periódicos. Me interesan otras cosas. Mi campo de acción son los derechos humanos. Te mentí. Vine porque me informaron que esta región se practica una forma odiosa, sádica, de abuso en contra de personas indefensas. Pero siento en mi corazón que si ese crimen se comete en esta región, tú no participas en él.
¿Abuso sádico?, dije, sintiendo que mi voz temblaba.
Ella me miró con alguna tristeza. ¿Tienes algo que decirme?, preguntó, con voz más baja y más ronca de lo normal.
No sé de qué me estás hablando.
Vi a aquel... hombre que llegó aquí con el señor Janjâo, el otro día.
Por favor, supliqué, tomándole la mano.
Yo soy quien te pide por favor, Guilherme, dijo, apretando mi mano, cuéntamelo todo, necesito que me digas la verdad. Te vi ordenándole a aquel... hombre que se ocultara en la casa del capataz.
No le ordené que se ocultara en la casa del capataz, sólo le dije que se fuera a la casa del capataz.
Da igual, no querías que lo viera, y una vez que lo vi, no querías que platicara con él.
No entiendo por qué estás haciendo todo este drama.
¡Anda, dime qué hacía ese enano por aquí!, gritó. ¡Sé que participa en esa competencia repugnante que ustedes realizan todos los años, un juego asqueroso al que llaman Lanzamiento de Enano!
Comencé a defenderme, les pagamos, les pagamos bien, Rafael era hombre-bala en el circo, lo metían en la boca de un cañón y disparaban, podía morir ganando una miseria, ahora su vida es mucho mejor.
Pero Suzana no me dejó acabar, se levantó abruptamente y salió corriendo de la terraza, no tuve tiempo de decirle que a Rafael ni siquiera lo lanzaban, ahora él era el agente que contrataba a los otros enanos para que los lanzaran, y no tuve tiempo de preguntarle qué había de sádico en eso, los enanos se empeñaban en participar en la competencia, usaban protecciones en las rodillas y en los codos y cascos en al cabeza, ganaban más que un enano trabajando en un circo o vestido de ratón Mickey en Disneyworld, y cuando uno de ellos se lastimaba nosotros lo cuidábamos y le pagábamos un bono tan alto que muchos deseaban lastimarse durante la competencia para ganárselo. Salió corriendo y cuando reaccioné fui tras ella, pero Suzana se había encerrado en la recámara.
Toqué la puerta, por favor, déjame entrar, quiero explicártelo todo.
No quiero explicaciones, vete de aquí, la escuché decirme con la voz llorosa.
Fui al radio y entré en contacto con Janjâo.
Janjâo, lo sabe todo, dije.
Qué mierda, dijo.
La peor mierda es que estoy enamorado y voy a cancelar la competencia.
¿Estás loco? El Lanzamiento de Enano está programado para dentro de quince días; vienen los campeones de Australia, Estados Unidos, Francia. Jimmy Leonard, vencedor absoluto del British Dwarf Throwing Championship ya confirmó su presencia, y también viene aquel australiano campeón mundial que lanzó a un enano de cuarenta kilos a treinta pies de distancia; esta todo organizado, por el amor de Dios, no podemos cancelar la competencia ahora. Mañana paso por allá para que platiquemos, hoy no puedo, pero mañana me aparezco después de la comida, no hagas nada antes de que platiquemos.
Suzana no se presentó a cenar. Yo no tenía hambre, me pesaba el corazón y me quedé bebiendo en la sala, solo, y entre más bebía, más se me enredaba la cabeza. Derechos humanos... Un derecho humano del enano es usar su cuerpo para que algunos deportistas lo lancen a distancia. Antiguamente los borrachos lanzaban a los enanos por las puertas de los bares como un juego chistoso, pero ahora los enanos participaban en un deporte en el cual eran los que más ganaban, incluso los que más fama adquirían; Lenny, el Gigante, el enano inglés que fue lanzado en la final del campeonato británico de Lanzamiento de Enano, era más famoso que el campeón Jimmy Leonard, los enanos quieren tener seguro su derecho al trabajo, un boxeador tiene el derecho de subir al ring para recibir trompadas y algunos mueren debido a los golpes, Muhammad Ali quedó inválido de tantos trancazos, eso sale en la telivisión y nadie piensa prohibirlo, ¿pero algún enano se ha muerto o ha quedado lisiado? No, nunca, pero de todas maneras les sacamos un seguro contra accidentes y por muerte... Es un error que otros decidan cómo va uno a usar su cuerpo, su útero, buena idea, tenía que hablar con Suzana sobre el derecho a disponer del propio útero, ella era mujer y ése era un buen gancho, tenemos derecho constitucional sobre nuestro cuerpo, podemos hacer con él lo que se nos pegue la gana... Y los enanos querían ser lanzados, ganaban bien por ello y no eran humillados, el Lanzamiento de Enano no aumentaba el desprecio que las personas sienten por los enanos, esos liberales llorones hipócritas dejan que los enanos se cubran de ridículo en los espectáculos de teatro y llevan al los niños a que aprendan a despreciar a los enanos en los circos, eso sí que deberían prohibir, pero no, quieren hacer que el Lanzamiento de Enano sea ilegal en todo el mundo, una actividad deportiva y cultural que no afecta negativamente al bienestar, la salud, la dignidad de los enanos lanzados... Carajo, Rafael estaba vivo, pero podría haber muerto como hombre-bala y tenía cinco hijos.
Me desperté con Suzana de pie a mi lado, mirándome con su mirada intensa, me pareció que -o quizás era la cruda la que me hacía ver cosas- algo en su rostro decía que también me amaba.
¿Usted está en condiciones de llevarme a Corumbá?
Claro que sí, dije, levantándome del sillón.
Durante el viaje hablé solo, le expliqué cómo veía el Lanzamiento de Enano, dejando claro que no estaba intentando persuadirla de ninguna manera, dije que haría todo lo imposible para impedir que el deporte se desarrollara, aquél era el último campeonato en que participaba, no podía escabullirme, estarían presentes los grandes campeones del mundo y yo era el único en el hemisferio sur capaz de enfrentarlos, era el nombre de Brasil el que estaba en juego. Ella abrió la boca en ese momento para decir eso es una tontería y siguió callada, pero su rostro se fue suavizando y hubo un momento en que tuvo que controlarse para no reír y finalmete volvió a hablar, me preguntó cómo se lanzaba al enano y le expliqué que pasaban dos tiras de cuero alrededor de su cuerpo, una a la altura de las caderas y otra en el pecho, y que el lanzador agarraba una tira con cada mano, ponía al enano en posición horizontal, la cabeza hacia adelante, y lo lanzaba de esa manera.
Cuando llegamos a Corumbá, después de cumplir con las exigencias del DAC, la llevé a la puerta de abordaje, donde iba a tomar el avión comercial para Sâo Paulo.
Te amo, le dije.
Yo soy más grande que tú.
Comencé a decir mi madre, pero cerré la boca, iba a decir mi madre era más grande que mi padre, pero mi madre murió de parto y era mejor cambiar de tema.
¿Puedo ir a Sâo Paulo a verte?, pregunté.
Voy a pensarlo, respondió.
Antes de desaparecer por la puerta de abordaje, Suzana volteó hacia atrás y desde lejos sentí la intensidad de su mirada.


Micuin. Especie de ácaro diminuto de color rojizo que ataca a hombres y animales principalmente entre agosto y octubre, ocasionando fuertes comezones. (N. de los T.)